EL FIN DE UNA ÉPOCA
Sobre el oficio de contar cosas
Editorial Barril y Barral
Primera edición en septiembre de 2011
Género: Ensayo
174 páginas
En realidad,
El fin de una época es un lamento de
ciento setenta y cuatro páginas. Una queja, una angustia permanente por lo que
es hoy el periodismo. Pero también un zurrón lleno de experiencia y buenos
consejos:
“El gran
capital de cualquier periodista de élite se basa precisamente en esa necesidad
de ser creído”.
1. El oficio de contar lo que pasa
Denuncia el
monopolio que ejerce la política sobre los informativos, la sobrerepresentación
que ésta tiene en todos los informativos y acaba por preguntarse “quién decide
cuáles son las cosas que deben ser contadas” que, en realidad, no pasan de una
docena.
Asimismo,
señala el descenso por la pendiente propagandística y/o publicitaria por la que
discurre el periodismo actual.
1. “Es
necesario que se quede alguien de guardia en nombre de la sociedad para
explicar cómo se porta el poder y para vigilar que no abuse de nosotros(…)”.
Pág. 29
2. “El
problema es que, en poco tiempo, el periodista ha pasado de creerse un liberado
de la sociedad para vigilar al poder a creerse un liberado del poder para
vigilar a la sociedad, y así ha acabo armándose un nuevo guión”. Pág. 29
2. El lenguaje informativo
Continúa
cuestionando el sistema actual de “selección y organización” de noticias y qué elementos de la realidad deben ser observados.
Para
Gabilondo, los hechos noticiosos se han ido pervirtiendo por un triple motivo:
• Se ajustan
al interés de los políticos y por ende a los periodistas, y no al del
ciudadano.
• Por las
“estructuras conservadoras” de los medios que no cuestionan nada.
• Y tres,
porque todos los medios han acabado por heredar
los mecanismos del más veterano: el periodismo escrito. Tanto tele como
radio han adaptado sus redacciones a las de la prensa e incluso han adoptado su
sintaxis.
3. “Siempre
habrá alguien que tiene algo que contar y siempre habrá alguien que tendrá
interés en conocer ese algo. Eso es lo único que importa”. Pág. 36
Por último,
rescatar una reflexión del autor que quizá por obvia, pasa desapercibida. Viene
a decir que cuando se discute sobre el futuro del periodismo suele hacerse en
términos empresariales y tecnológicos -de
“cacharritos”-, dejando de lado lo verdaderamente importante: el contenido.
Hace demasiado tiempo que radios, televisiones y prensa no saben qué tienen que
contar.
3. La nueva lógica periodística: rentabilidad
Para Iñaki
Gabilondo “el periodismo está siendo desbordado por la lógica económica”. A esa
logica la llama “tirano absoluto”, aunque reconoce que es la sociedad en su
conjunto la que ha impuesto esa lógica “tiránica” y que ésta afecta a todas las
empresas, no sólo a las de tipo informativo.
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En el plató de Noticias Cuatro |
4. Los principios éticos del periodista
Habla de
“líneas defensivas” del periodista, y que éste “ha ido entregando todas sus
líneas de bandera”, esto es, se ha despojado de lo único de lo que nunca
debería haber abandonado: los principios. La reflexión trasciende, como en
muchas otras ocasiones a lo largo de la obra, lo estrictamente periodístico
para instalarse en valoraciones morales más genereales y, muchas veces, de tono
paternalista:
4. “Una de
las peores tragedias enquistadas en la sociedad actual tiene que ver con la
percepción de que todo lo que no constituya delito se puede hacer”. Pág. 46
5. “Se elige
esta profesión porque te importa el otro, tu semejante, y porque quieres hacer
algo que sirva a la sociedad.(…) Y en ningún caso, en ningún oficio, el dinero
puede ser nunca una meta”. Pág. 57
6. Lamenta
el fin lucrativo que de la profesión tienen algunos compañeros y señala como
“lo más importante es que (el periodista) logre viajar hacia la comprensión a
los demás, hacia el entendimiento del otro”. Pág. 58.
7. “Lo que
permite a un periodista sobrevivir en el mundo de hoy no es aprender muchas
lenguas, sino conocer cuáles son los distintos idiomas de la sensibilidad de la
vida”. Pág. 61.
En este caso
el reproche-consejo está, además, barnizado de cierta cursilería.
Alude a
Camps como el antiejemplo y abunda en
la llamada crisis de valores: la pérdida de la educación de los mayores y de la
“decencia, de la dignidad, de las buenas costumbres y el código del respeto a
los demás”.
El juego de
las cuatro ces consiste en conocer, confirmar, comprender y contar, mas ahora
muchos se olvidan de la tercera ce: no comprenden. Y en este sentido reivindica
el viejo papel del periodista-testigo, de la importancia de la empatía, de
saber escuchar, de “la entrevista sin papeles”.
5. Para qué sirve la información
Hoy el acto
de informarse se ha quedado precisamente en eso, un acto, un “gesto”, una pose
vacía, pero rara vez tiene como vocación una curiosidad profunda de las cosas. Se
ha incorporado a la rutina diaria de tal forma que la inercia nos lleva a abrir
un periódico o acudir a una web, única y exclusivamente “para no hacer el
ridículo”.
Otras gentes
acuden al periodismo para confirmar sus propios puntos de vista, para salir fortalicido.
Esto, en un país como España donde las posturas están muy polarizadas, es algo
que hemos acabado por interiorizar como algo normal.
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En la presentación del libro |
Mas el grupo
que recibe mayor consideración por parte de Gabilondo es aquél que quiere ir
más lejos, “el famoso millón de personas” que va al teatro, al cine, a la ópera,
que lee libros”. Es consiciente de que siempre serán una pequeña porción y que
no vale la pena “sufrir por el hecho de que no sean muchísimos más”.
En relación
a lo que llama nuevo lenguaje de la información, sus carencias y el nuevo
estilo informativo que están imponiendo, Gabilondo, como Montagut, es de la
opinión que la profundidad informativa se está viendo sacrificada en aras de la
rapidez y los condicionamientos tecnológicos:
8. “(…) vivir
condenados a contar las cosas sin el suficiente detalle, porque para alcanzarlo
los modernos medios de comunicación requerirían de unos mecanismos que no
tienen” Pág.72.
6. Quién habla: la segunda voz
Quizá uno de
los capítulos más interesantes. Aquí Gabilondo se centra en el teórico papel de
segunda voz que debría interpretar el periodista. La “vida” debería ser la
primera.
8. “Los
medios de comunicación, con todos sus defectos, no dejan de ser guardias de la
circulación que detienen esa especie de tendencia desbocada al abuso”. Pág. 76.
Sobre el cuarto
poder y la tentación de algunos periodistas (alude directamente a Pedro J.
Ramírez por “querer mandar sin presentarse a las elecciones”):
9. “(…)
nosotros no tenemos que gobernar, no tenemos que impartir justicia. Y
lamentablemente algunos periodistas se dedican a eso: legislan, ejecutan,
juzgan, condenan, disparan, entierran(…)”. Pág. 77.
7. Las distancias del puercoespín
El séptimo
capítulo toma prestado el nombre de una parábola de Schopenhauer en la que se
metaforiza la relación óptima que habrían de mantener periodistas y
políticos/poderosos: “acércarte lo suficiente para saber lo que pasa, pero sin
pincharte”.
Ilustra con
experiencias propias ésta y otros muchos argumentos del libro; en este caso
alude a las escasísimas veces que ha ido a comer con políticos, precisamente
para evitar vinculaciones afectivas. Según confiesa, no ha estado más de seis
veces en La Moncloa desde que España recuperó la democracia.
8. Apocalipsis y desprestigio
Un capítulo
dedicado a cargar contra las actiudes de que, a juicio de Gabilondo,
desprestigian el periodismo. Actiudes, todas ellas, de medios conservadores.
10. “(…)
apóstoles de la catástrofe, auténticos mensajeros del miedo que tratan de
hacerse sitio a base de gritos. Actualmente asistimos a la reaparición
inseseperada de un pensamiento ultraderechista quintaesenciado en el grupo
Intereconomía y medios afines, directamente consagrados al terrorismo
informativo” Pág. 89.
11. “Cierto
día le dije a Pedro J.:(…) Tú no tienes ni la más remota idea de la imagen que
das de ti mismo. La autocrítica es imprescindible. Y en esa tarea siempre ha
habido diferencias notables; las aspiraciones de la prensa de Barcelona y
Cataluña, por ejemplo, han sido siempre
punteras en casi toda la reflexión relacionada con el oficio, y en cambio,
en Madrid y en otros lugares no se practica ese jercicio” Pág. 90.
12. “Losantos
demostró que la batalla no era ideológica, sino estratégica, a fin de conseguir
éxitos y alcanzar liderazgos y hegemonías. En suma: ganar más dinero” Pág. 93
Ahí es nada.
9. El papel de los gabinetes
Son varias
las ocasiones en las que se alude a los gabinetes de prensa durante la obra,
casi siempre para mal: ahora ya no se busca la información, es caro. Más
existiendo plataformas que proporcionan la información (interesada por lo
general) de manera cómoda y gratuita.
13. “Otro
problema bastante grave: la información ya no tiene que ser buscada porque casi
siempre viene dada por los gabinetes de prensa” Pág. 95.
10. Enviados especiales
En otro
inicio de capítulo quejumbroso, el autor se refiere a que “una de las preocupaciones
más graves (en el periodismo) es la desaparición paulatina de los grandes testigos”.
Son diversas
las causas que, como la crisis económica, las nuevas tecnologías o los
gabinetes de prensa, han conseguido eliminar el papel del corresponsal, “ya no
hay que ir con los ojos abiertos”.
Los
profesionales que hoy cubren este tipo de información tienen, habitualmente,
carácter independiente. Manu Leguineche y Evaristo Canete (cámara) son dos
figuras freelnace ejemplares para
Gabilondo.
Y vuelve a
rescatar un debate necersario e intersante: ¿Quién coloca el foco sobre qué
noticia?, ¿por qué el Congo y el coltán, con cinco millones de muertos, no son
noticia?. “Los sistemas de información son terribles”.
11. De la opinión y el punto de vista
Iñaki
Gabilondo habla de su independencia ideológica con respecto al partido socialista
y establece, durante buena parte del capítulo, una nueva comparación (no
siempre explícita) con Federico Jiménez Losantos: “(…) celebrar la misa diaria
en la que se reúne un grupo de fieles a la espera de una suerte de gurú”.
Subraya la
importancia de separar información y opinión, y también la posibilidad legítima
de cambiar de punto de vista.
Por
último, menciona a los nuevos
periodistas que contextualizan, que ofrecen opinión, y el florecimiento de las tertulias
como el género de moda.
12. Iñaki según Gabilondo
Reconoce su
“gran suerte como profesional” que, al contrario que la mayoría de compañeros,
le permitió desarrollarse de manera natural y acabar obteniendo éxito y
prestigio de manera continuada y sin apuros económicos.
Vuelve, en
este sentido, y para hacer más patente su cómoda trayectoria, a mentar a los
medios locales como el eslabón más débil del periodismo por ser el más expuesto
a los controles públicos, a la dependencia de la subvención.
También aquí
confiesa una interesante anécdota, la del “defrauda pronto” que aconsejó a su
hermano. Porque, para Gabilondo, es el miedo a defraudar lo que lleva a las
traiciones profesionales. Y de entre ésas traiciones, la que se da más es la de
modificar el punto de vista por miedo, precisamente, a defraudar.
13. La proximidad necesaria
Más anecdotario
interesante: la época de Sevilla en la que cada día visita un pueblo diferente
para promover el contacto con la gente. La importancia de las personas (“A mi
lo que de verdad me inquieta es que se acabe consolidadno una sociedad en la
que la gente no le importe lo que le ocurre al prójimo”).
Llama
poderosamente la atención la siguiente confesión:
“Después Hoy
por Hoy durante 20 años (…) me colocaron un ordenador delante, aparato que yo
no había tocado en mi vida”.
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CNN+. Gabilondo con su "admirada" Esperanza Aguirre |
14. La democratización del periodismo
Capítulo
dedicado a las TICS
y al escepticismo que el autor alberga hacia algunas de sus consecuencias,
verbigracia los llamados periodistas
accidentales. Para Gabilondo no todo el mundo puede elaborar información,
al punto de que la proliferación de webs informativas
ha resultado ser “una auténtica locura”.
En relación
a los comentarios que en muchas de ellas se producen, “la mayoría (son) de
gamberros, extremistas o fanáticos” y éste es el motivo por el que “los medios
empiezan a no incorporar páginas de
opinión de los lectores, toda vez que de cada comentario interesante que
aparece, surgen a su lado cuarente estulticias”.
Más aún:
“(…) España
adolece de cierta tendencia la gamberrismo que no se da en otros países; una
suerte de odio que a menudo anda demasiado suelto”.
Ahora, a su
juicio, se entienden los flitrados y test de solvencia:
14. “(…) el
buen periodismo exige que los hechos se contextualicen. Ésas son a mi juicio
las líneas del buen hacer profesional: la solvencia de origen, la trazabilidad
grabada y citada. Y después la contextualización”. Pág. 125.
Sobre las
prioridades o líneas maestras del periodismo:
15. “Mis dos
ideas fundamentales siempre han sido el oyente y el trabajo en equipo”. Pág.
131.
E ilustra la
sentencia con una interesante anécdota relativa a un atentado de ETA, en
presencia de un público juvenil en Hoy por hoy, y cómo se
coordinó todo el equipo: fonoteca, antiguas declaraciones del concejal asesinado,
de la ertzaintza, unidad móvil. En definitiva, una demostración en vivo de cómo
funciona y se coordina un equipo en torno al oyente.
Llama
igualmente la atención otra anécdota, relativa al celebérrimo programa
de Sardá que no veían “porque estábamos durmiendo” y que pone negro sobre
blanco la visión maniquea que tenemos, todos, de la relaidad.
15. Colgar los tirantes
Comienza el
capítulo con una reflexión que destila pesadumbre:
16. “El
problema es que la televisión ya ha deciddo hace muchísmimo tiempo que su
camino es el espectáculo”. Pág. 136.
La
actualidad ha optado por no ofrecer información si ésta no es fácil de digerir.
Excluye a RTVE, pero le da poco tiempo para
sucumbir al tvshow.
Y, entre
otras causas, apunta al “imposible relato de la complejidad” en televisión.
Quizá no para la próxima generación, pero sí para él por sus tempos narrativo,
mecanismos muy concretos y poco útiles para abordar el presente.
Y he aquí el
compendio de pecados que, para Gabilondo, lastran y condenan a la profesión:
17. “(…)los
elementos más peligrosos del presente: el viaje hacia la propaganada, la
utilización de los lenguajes más simplificados, el empleo de los mecanismos de
selección más burdos, el protagonismo vergonzante que se ha adjudicado la
política en el conjunto de la sociedad, que ha ido arrinconando progresivamente
al ciudadano. La suma de esos elementos no me mueve precisamente al optimismo,
más bien me preocupa y me inquieta”. Pág. 142.
16. El fin de una época
Más
aflicción. Habla de dar por cerrada toda una historia del periodismo, de
transición y “procesos de despedida”. Y de las consecuencias que tiene para él:
“(…) al morir un tiempo periodístico histórico, ha llegado el momento de que yo
muera con él”.
“Lo que en
mi futuro profesional, venga como venga, se acomodorá a los artilugios técnicos
del momento, pero jamás se adecuará a la lógica interna que subyace en muchos
de estos juegos, pues yo pienso morirme siendo uno de los nuestros”
En relación
al futuro de la profesión, reconoce que, aunque se altere completamente los
valores pervivirán.
Prevée
páginas web informativas de pago, y cuando esto ocurra “empezará a ponerse de
manifiesto la consolidación, con estructuras diferentes, de grandes anclajes de
referencia”. Considera esos valores imperecederos y “ningún nuevo negocio podrá
orillar el periodismo de referencia”.
Una cosa es
clara: el periodismo siempre necesitará de alguien que explique la realidad, y
los nuevos medios se adaptarán personalizando la información.
Habla también
del granhermanismo y de la prensa
rosa, pero que habrá una minoría social –el famoso millón- que no permitirá que
triunfe la estulticia. Que no se acabará el periodismo de calidad, aquél que
tiene “un papel que cumplir en la sociedad”, aquél que no habrá de someterse a
la rentabilidad y al éxito.
Opinión subjetiva
Lacerante
pesimismo. Así podría resumirse un ensayo que es un continuo lamento, una
angustia que casi genera compasión. Una despedida en toda regla.
Y de las amargas: “(…) me he sentido decepcionado, desanimado, me he sentido
incluso escéptico; pero no me rindo”.
“No me
rindo”, dice. Y lo dice como el que, en una situación dramática, piede
tranquilidad en voz alta y en realidad lo hace para calmarse el mismo.
Resultaría
demasiado desesperante cerrar todas las puertas de la profesión, negar que
existen luces en medio de la penumbra. Él no lo cree y sin embargo, en un par
de ocasiones apunta cierta esperanza. Pero lo hace por solidaridad con los nuevos. Por no abocarle al deshaucio
más absoluto.
Desde sus 69
años, parece que el tiempo se lo ha llevado por delante, que no ha sabido o no
ha querido adaptarse al presente al punto de escribir “El periodismo es ahora
una actividad odiosa”(Pág. 91.).
Gabilondo
encuntra numerosos motivos para el desconsuelo:
• El sometimiento del periodismo actual a la
rentabilidad y al éxito.
Ignoro si
esto fue distinto en otras épocas, pero la lógica del mercado nos dice que para
que un producto se sostenga en el mercado –y los medios de comunicación
privados son productos- ha de cumplir una serie de requisitos, siendo el primero
de todos ellos la rentabilidad.
• El granhermanismo
(apunto el neologismo), el amarillismo, el espectáculo –en la peor acepción del
término- televisivo que gana, poco a poco, terreno a la información y a los
contenidos de calidad.
• El alejamiento paulatino de las masas con
respecto de la cultura.
Debate éste
tan antiguo como el hombre. Ortega dio buena cuenta de él en La Rebelión de las
masas. La cultura, la alta cultura, es, por naturaleza, elitista. La masa no
puede acceder a ella salvo que la cultura descienda los escalones suficientes.
Y es aquí donde aparece la “cultura popular”.
Vargas
Llosa, en su último
ensayo aborda este asunto:
“La ingenua idea de que, a través de la educación, se puede transmitir la cultura a la totalidad de la sociedad, está destruyendo la alta cultura, pues la única manera de conseguir esa democratización universal de la cultura es empobreciéndola”.
• La pérdida de la independencia periodística.
Sólo parece
disculpar la de los pequelos medios locales, sometidos sin remedio al poder
político: “Lo más triste es que allí donde se oficia el más puro periodismo, en
la información local, es donde se están cebando todos los elementos económicos,
sociales y políticos. Es ahí donde se libra la mayor dificultad, la verdadera batalla”.
• La pérdida de los valores tradicionales ya
no sólo del periodismo, que también, sino de la sociedad en general.
Llama esto
poderosamente la atención –alude incluso a la educación que recibió de sus
mayores- siendo él una persona declarada progresista. Reivindica constantemente
el viejo hacer del periodismo. Y si no lo reivindica porque se resigna al pasao
del tiempo, al menos sí lo añora. Lo observa desde la distancia con nostalgia
en una actitud muy… conservadora.
• El advenimiento de las evoluciones
tecnológicas (esos “cacharritos”).
Él mismo
reconoce ser neófito en el asunto, y quizá por ello su desconfianza, cuando no
antagonismo, con las TIC. Entre otras apreciaciones con respecto a la red dice
“(…) internet no tiene ningún porvenir si sus contenidos no vienen avalados por
un tipo de solvencia que garantice el rigor y la credibilidad”. Sentencia
arriesgadísima en tanto internet será –es- continente de contenidos rigurosos,
elaborados y contrastados, pero también de bulos, farsas y medias verdades.
Como la vida misma. Ni más ni menos.
En relación
a los asunto más estrictamente ideológicos cabe señalar su conocido
progresisimo, algo ni bueno ni malo en sí mismo, pero también algunas poses
hipócritas –y esto sí que no es bueno- con respecto a otros compañeros de
profesión, e incluso hacia la profesión en sí misma. Por ejemplo:
En la página
setenta y siete (y en otras muchas) advierte del peligro de muchos periodistas
estrella de protagonizar la información: “(…) el periodista no es el protaginista,
no es el sujeto”, el periodista debe ser sólo la segunda voz. Más aún, en la
página setenta y nueve: “(…) los ultra-protagonismo periodísticos que pretenden
erigirse en órganos de poder constiuyen actos de ursurpación”.
Pues bien, y
en relación con este asunto del protagonismo, Iñaki Gabilondo ha sido el
protagonista absoluto de Hoy por hoy durante dos décadas. Y de manera brillante
además.
En dos mil
cinco, el principal protagonismo de Noticias Cuatro fue, precisamente, la
presencia de Gabilondo (un informativo “de autor” en el que él mismo ofrecía su
opinión –algo inédito en un informativo- y que concluía con su rúbrica
sobreimpresa en la pantalla). En dos mil nueve condujo su propio programa de
entrevistas en CNN+, y en la actualidad ofrece su opinión de la actualidad, “llena
de serenidad”, en el diario EL PAÍS, en un videoblog titulado “la voz de
Iñaki”. Y todo ello es estupendo. Lo hace fenomenal además. Uno de los mejores.
Pero por favor, menos hipocresía.
Tampoco con
el asunto del “lucro”, de los dineros. Está muy feo. Más viniendo de alguien
que no ha debido precisamente haber pasado necesidades. Por eso, si bien es
cierto que Jiménez Losantos acabó siendo “un problema para su empresa”, es
falso que a éste le moviera el dinero. De haber sido así, Losantos hubiera
callado, rebajado el nivel de tensión y hubiera permanecido en COPE. No fue
así, se marchó.
Y arriesgó
montando su propia empresa, por cierto.
Este
personaje, Losantos, le saca especialmente de sus casillas. Como Aznar, del que
manifestó haberle “zurrado
hasta en el cielo de la boca”, si bien luego reconoció aquella actitud como
poco ejemplarizante.
Mantuvo una
disputa radiofónica, pero también personal, con el polémico conductor de La Mañana: “No me
gusta entrar en estas historias, pero habría que evitar que este personaje
dijera más tonterías”. Todo a raíz de sus continuas provocaciones, en especial
las confesadas en el La
Noche de Quintero.
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FJL |
Cada vez que
un artista lanza nuevo disco éste es el
más íntimo y personal. Pues bien, no conozco los demás discos de Iñaki Gabilondo, pero apostaría que El fin de una época es, de verdad, su trabajo más personal.
Reflexiones descarnadas de un hombre bueno, pero angustiado, descolocado, que
descubre que ha perdido su sitio.
Cae a menudo
en el sentimentalismo, en ese paternalismo propio de muchos periodistas que
tratan al lector, oyente, como a un menor de edad: “(…) convertirme para ellos
en una persona que pudiera ayudarles a entender su papel en la vida, ayudarles
a convivir”. “Ayudarles a entender su papel en la vida. Ni más ni menos.
Literariamente
es un libro fácil de leer, escrito en primera persona del singular y que se
digiere casi sin masticar.
Para
finalizar, las que a mi juicio son las dos máximas más contundentes de todo el
ensayo:
18. “Es un
fenómeno terrible que genera la fabricación de telediarios donde el relato de
lo que hoy ocurre se limita a dos breves mas diecisiete sucesos de un incendio,
alguna curiosidad y la historia del gato”. Pág. 140.
Y 19. Singularmente
brillante resulta el análisis sobre “el nuevo lenguaje de la información”: el
“lenguaje de la píldora, de la publicidad, de la promoción”, los grandes
titulares, “algo que se pueda digerir pronto”.
Denuncia que
la narrativa más clasica “esta siendo atropellada por el lenguaje de la
publicidad”.
Lapidario.
(A ver si va
a tener razón...)
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